ALONSO y MARFUL
Artistas y comisarias
Hablar de la génesis de RE-ACTION supone hablar al menos de dos puntos de implosión en la historia del proyecto. Uno de carácter crítico que tiene que ver con el posicionamiento de Alonso y Marful en la marea de discursos de género que han puesto de relieve la exclusión de las mujeres de las genealogías artísticas y, subsiguientemente, del canon occidental, y otro de carácter más personal, que tiene que ver con la poética de AyM y con las distintas conminaciones a que nos ha venido sometiendo con el paso de los años. Esta doble valencia de resistencia ideológica por una parte y, por la otra, de resistencia poética y en cierto modo etoestética a transitar por las vías reservadas al arte y a su mercantilización e institucionalización recorre como un río subterráneo la práctica totalidad de nuestra obra.
Ha sido, de hecho, la responsable de que AyM se situaran durante largos años en el seno de una latitud creativa de “código íntimo” o de “resistencia lírica” que hizo que incurriéramos en una cierta ostentación de nuestra rebeldía contra las reglas del juego artístico imperante a través del diseño de proyectos de cámara, cuya difusión quedaba reducida a un puñado de asistentes o confiada al paciente y pausado migrar de boca en boca. Era nuestra forma de pasar el testigo de un significado perpetuamente en formación y de hacerlo viajar a través de trayectorias concebidas con base en la distancia corta y en el diálogo interpersonal: la tan querida filosofía de la mirada de Emmanuel Lévinas. Muy lejos, por lo tanto, de la disolución en última instancia autofagocitadora y aquiescente de nuestra obra en la pantalla total de Baudrillard. Efectivamente, durante un tiempo pensamos que si “la historia que se repite se convierte en farsa y la farsa que se repite se convierte en historia”, tanto nos daba quedar fuera de la historia si, de camino, nos hurtábamos a las seducciones de la farsa.
Componíamos, pues, obras de complejidad creciente que se caracterizaron por su vocación de conversación en tête à tête con un público muy restringido al que, por el hecho de serlo, convocábamos a maniobras performativas de intercambio en el seno de una poética eminentemente cercana y relacional.
Con el paso de los años, esta poética del contacto fue evolucionando de tal modo que la presencia de agentes externos convocados a formar parte de nuestra dramaturgia íntima fue ganando peso en el devenir procesual de nuestra obra, y eso hasta el punto de que, en un cierto momento, advertimos que estábamos metidas de lleno en la práctica de una estética transversal que había venido integrando coactores muy diversos en el seno de maquinarias compositivas de carácter coral. No sólo seres humanos, sino también elementos naturales como la tierra, el aire o el fuego, con los que nuestra obra se entrelazaba en un proceso de integración orgánica.
Que los coactores anónimos de proyectos polifónicos como Oración o el Memorial del agua llegaran a erigirse en coautores era, pues, una cuestión de tiempo. Los lectores nos dispensarán de la obligación de detenernos en los proyectos específicos que jalonaron esta evolución que, en cierto momento, nos llevaría a abordar una propuesta plástica abiertamente coautoral y polifónica como RE-ACTION. Propuesta que -estas son las ventajas de toda posición antidogmática- habría de llevarse consigo la vocación silenciosa de una parte importante de nuestra trayectoria para poder hacer de las voces amigas que viajaban con nosotras a bordo de un dispositivo plástico común voces audibles. Este ha sido el quiebro que nos ha llevado a ir desplazando nuestro quehacer artístico desde la esfera de lo íntimo hacia la esfera pública.
Saltar, por lo tanto, de la movilidad y de la multiplicidad de discursos que, por el mero hecho de ser dos, ocupaban nuestros proyectos, a una multiplicidad radical, que otorgaba carta de naturaleza a una obra declaradamente abierta, no jerarquizada y, en definitiva, programáticamente horizontal. Huir de la petrificación del discurso en unas manos, las nuestras, que han sido conscientes desde el principio del carácter inestable y fatalmente transindividual de toda producción discursiva. Y hacerlo, para no alargar estas razones, en el seno de un proyecto articulado de tal modo que pudiera convertirse en una especie de máquina del movimiento eterno únicamente regida por el discurso de las mujeres.
¿Por qué de las mujeres? Podría preguntarse, quizá, un diablo curioso como el de Laplace. ¿Por qué de las mujeres? Podría preguntarse, también, un epistemólogo que estuviera mínimamente al tanto de las falacias del esencialismo. La respuesta es muy sencilla: porque somos mujeres y porque, como mujeres, nuestra experiencia del mundo se inserta dentro de una cultura que, tal como apuntaba Simone de Beauvoir, ha hecho de nosotras lo Otro y lo ha condenado a vivir en el margen.
Abiertamente beligerantes a hablar de las mujeres desde un punto de vista ontológico o metafísico, Alonso y Marful sabemos bien que lo femenino no es más que uno de los taimados ideologemas en que ha venido fraguando siglo tras siglo la retórica del Amo y que, puesto que nada hay de precultural en la cultura, el género, como cualquier otra cosa en realidad, no es más que un constructo. Sin embargo, nosotras introduciríamos aquí uno de esos condicionales contrafácticos que a veces nos ayudan a poner los pies en la tierra: si no hubiera mujeres, el constructo, el eterno femenino y toda esa miríada de semas que han venido colonizando palmo por palmo la existencia de las mujeres, no existiría. Existimos, por lo tanto, como rehenes de un constructo, en este caso de género, pero también como mujeres… No sabríamos decir en qué radica lo “femenino” al modo en que Platón se interrogaba y respondía por la “meseidad” en las bromas de los sofistas, pero no solemos equivocarnos cuando nos sentamos a la mesa y, para no enredar más allá de lo necesario, aceptamos, al menos en principio, haber nacido mujeres. No confundimos, pues, el noúmeno con el fenómeno.
En otros contextos hemos tenido la oportunidad de hablar de la feminidad, y de la masculinidad, y, en realidad, de cualquier cosa, como tropologías largamente sedimentadas por el uso de la fuerza, sea ésta patente o subliminal. Basta pensar en la larga y ominosa lista de dilemas categoriales que han diferenciado lo masculino de lo femenino siglo tras siglo. Razón e intuición, espíritu y carne, inteligencia y sensibilidad… por nombrar algunos, no son atributos consustanciales, sino isotopías que recorren de punta a cabo el régimen simbólico, de tal forma que, si no interponemos una actitud de legítima des-confianza, podrían pasar, sin serlo, por algo natural. No obstante, y una vez dicho esto, nos preguntamos: puesto que ser mujer no es más que ser objeto de una tropología largamente sedimentada, ¿debemos renunciar a tomar como objeto de estudio y como proyecto una genealogía de artistas mujeres? La respuesta es un “no” rotundo e, incluso un “por el contrario”. Por más que no sepamos a qué esencia apelar, si alguna hubiere, cuando sentimos la tentación de definirnos como mujeres, o como hombres, y por más que estamos del lado de quien intente dinamitar los diques y dejar que el mar del sentido bata a su antojo, hay algo que no podemos negar: cuando nos proponemos hablar acerca de las mujeres tenemos que ser conscientes de estar hablando de un sujeto histórico olvidado, silenciado, preterido, negado, excluido… Es decir, de nuestra propia historia.
Hablar de las mujeres como sujetos de una violencia histórica estructural nos otorga el derecho (moral y estético, que, al fin, son lo mismo) a proponer una re-acción que repare de algún modo las heridas. Como activistas, pues, que reivindicamos el derecho a producir una contrahistoria a escala como RE-ACTION, nos sentimos desde el principio completamente liberadas de la cuestión de por qué trabajar únicamente con mujeres porque, si bien éramos conscientes de que, igual que la mosca atrapada en la botella de Wittgenstein, no podemos escapar a nuestra condición simbólico-imaginaria, y por lo tanto a la tentación de liquidar de una vez por todas la antinomia hombre/mujer, tampoco podemos renunciar a la historia en que se fragua. No hay una feminidad trascendental. Hace más de un siglo que asistimos, golpe a golpe, a la venturosa liquidación de todas las trascendencias. Hay, sin embargo, una historia de las mujeres. Nuestro contracanon perfila una contrahistoria mínima y ese gesto de contrapeso nos reconforta y nos alienta.
Atenernos a nuestra historia, por tanto, nos otorga una razón de oro para defender la conquista de los espacios de los que hemos sido tenazmente excluidas. No sólo en el ámbito del arte sino en todos los ámbitos de representación, pensamiento, decisión y poder. Las genealogías masculinas han venido sucediéndose en una danza ininterrumpida, citándose y tejiendo redes y filiaciones hasta formar un tejido tan inextricablemente denso que cuesta trabajo enterrar la aguja, utensilio tan femenino y tan querido por muchas de nuestras compañeras de viaje, para estampar en él un nombre de mujer.
Nuestro deseo al abordar un proyecto como RE-ACTION es, por lo tanto, re-actuar la historia. Retroceder en el tiempo, de una forma evidentemente simbólica, y construir una historia a escala en la que somos las mujeres las depositarias del discurso que nos permite pensar, hablar y actuar. No se trata tanto de una revancha (puesto que sería absurdo querellarse contra la entera historia de nuestra cultura) como de un gesto de justicia poética que otorga a las mujeres la oportunidad de re-presentarse a sí mismas y de volver a tejer la bufanda de la cultura, pero en esta ocasión sin esperar el regreso de Ulyses.
Dicho esto, y aclarada la cuestión de por qué echar a andar una saga de mujeres artistas, y sólo de mujeres artistas, capaces de dibujar una contrahistoria necesaria, quedan por dirimir al menos dos cuestiones. La primera: ¿por qué partir de grandes iconos de la fotografía masculina? La respuesta es fácil: únicamente tomando como matrices textuales fotografías de hombres teníamos la oportunidad de sugerir que nuestra re-acción implicaba un borrado simbólico de los territorios masculinos y, en la misma medida, una forma de dar muerte psicoanalítica a los “padres” (a muchos de los cuales no cabe atribuir otra responsabilidad que la de ser hijos de su tiempo) y de neutralizar así los poderes del guardián. Y la segunda: ¿con qué criterio invitar a nuestro proyecto a determinadas artistas y no a determinadas otras? Y la respuesta es sencilla una vez más: la práctica artística de todas y cada una de ellas es de un rigor y una solvencia tales que sólo admite comparación con la valentía y la lucidez con la que han abordado, a través de su obra, el hecho de ser mujeres y de ser artistas en un mundo en el que la primera condición hace que la segunda presente una dificultad adicional.
Tenemos la convicción de que RE-ACTION ha llegado para quedarse y de que nos dará la oportunidad de contemplar el eterno movimiento de un proyecto que se ha convertido en una increíble máquina de generación de mensajes estéticos encadenados. Una máquina virtualmente infinita que nos permite rehabilitar la memoria de tantas mujeres muertas y de dar a las que hoy existen y a las que no han nacido aún un motivo para re-flexionar.
Gracias a todas las autoras que mezclan sus voces en un proyecto común que no sólo aspira a convertirse en un icono del arte de mujeres sino también, y acaso fundamentalmente, de la necesidad de revisitar la historia para no repetirla, del protagonismo que se cede y se comparte, de la escucha detenida, de la colaboración generosa, de la simetría, del diálogo y de la libertad.
Artistas y comisarias
Hablar de la génesis de RE-ACTION supone hablar al menos de dos puntos de implosión en la historia del proyecto. Uno de carácter crítico que tiene que ver con el posicionamiento de Alonso y Marful en la marea de discursos de género que han puesto de relieve la exclusión de las mujeres de las genealogías artísticas y, subsiguientemente, del canon occidental, y otro de carácter más personal, que tiene que ver con la poética de AyM y con las distintas conminaciones a que nos ha venido sometiendo con el paso de los años. Esta doble valencia de resistencia ideológica por una parte y, por la otra, de resistencia poética y en cierto modo etoestética a transitar por las vías reservadas al arte y a su mercantilización e institucionalización recorre como un río subterráneo la práctica totalidad de nuestra obra.
Ha sido, de hecho, la responsable de que AyM se situaran durante largos años en el seno de una latitud creativa de “código íntimo” o de “resistencia lírica” que hizo que incurriéramos en una cierta ostentación de nuestra rebeldía contra las reglas del juego artístico imperante a través del diseño de proyectos de cámara, cuya difusión quedaba reducida a un puñado de asistentes o confiada al paciente y pausado migrar de boca en boca. Era nuestra forma de pasar el testigo de un significado perpetuamente en formación y de hacerlo viajar a través de trayectorias concebidas con base en la distancia corta y en el diálogo interpersonal: la tan querida filosofía de la mirada de Emmanuel Lévinas. Muy lejos, por lo tanto, de la disolución en última instancia autofagocitadora y aquiescente de nuestra obra en la pantalla total de Baudrillard. Efectivamente, durante un tiempo pensamos que si “la historia que se repite se convierte en farsa y la farsa que se repite se convierte en historia”, tanto nos daba quedar fuera de la historia si, de camino, nos hurtábamos a las seducciones de la farsa.
Componíamos, pues, obras de complejidad creciente que se caracterizaron por su vocación de conversación en tête à tête con un público muy restringido al que, por el hecho de serlo, convocábamos a maniobras performativas de intercambio en el seno de una poética eminentemente cercana y relacional.
Con el paso de los años, esta poética del contacto fue evolucionando de tal modo que la presencia de agentes externos convocados a formar parte de nuestra dramaturgia íntima fue ganando peso en el devenir procesual de nuestra obra, y eso hasta el punto de que, en un cierto momento, advertimos que estábamos metidas de lleno en la práctica de una estética transversal que había venido integrando coactores muy diversos en el seno de maquinarias compositivas de carácter coral. No sólo seres humanos, sino también elementos naturales como la tierra, el aire o el fuego, con los que nuestra obra se entrelazaba en un proceso de integración orgánica.
Que los coactores anónimos de proyectos polifónicos como Oración o el Memorial del agua llegaran a erigirse en coautores era, pues, una cuestión de tiempo. Los lectores nos dispensarán de la obligación de detenernos en los proyectos específicos que jalonaron esta evolución que, en cierto momento, nos llevaría a abordar una propuesta plástica abiertamente coautoral y polifónica como RE-ACTION. Propuesta que -estas son las ventajas de toda posición antidogmática- habría de llevarse consigo la vocación silenciosa de una parte importante de nuestra trayectoria para poder hacer de las voces amigas que viajaban con nosotras a bordo de un dispositivo plástico común voces audibles. Este ha sido el quiebro que nos ha llevado a ir desplazando nuestro quehacer artístico desde la esfera de lo íntimo hacia la esfera pública.
Saltar, por lo tanto, de la movilidad y de la multiplicidad de discursos que, por el mero hecho de ser dos, ocupaban nuestros proyectos, a una multiplicidad radical, que otorgaba carta de naturaleza a una obra declaradamente abierta, no jerarquizada y, en definitiva, programáticamente horizontal. Huir de la petrificación del discurso en unas manos, las nuestras, que han sido conscientes desde el principio del carácter inestable y fatalmente transindividual de toda producción discursiva. Y hacerlo, para no alargar estas razones, en el seno de un proyecto articulado de tal modo que pudiera convertirse en una especie de máquina del movimiento eterno únicamente regida por el discurso de las mujeres.
¿Por qué de las mujeres? Podría preguntarse, quizá, un diablo curioso como el de Laplace. ¿Por qué de las mujeres? Podría preguntarse, también, un epistemólogo que estuviera mínimamente al tanto de las falacias del esencialismo. La respuesta es muy sencilla: porque somos mujeres y porque, como mujeres, nuestra experiencia del mundo se inserta dentro de una cultura que, tal como apuntaba Simone de Beauvoir, ha hecho de nosotras lo Otro y lo ha condenado a vivir en el margen.
Abiertamente beligerantes a hablar de las mujeres desde un punto de vista ontológico o metafísico, Alonso y Marful sabemos bien que lo femenino no es más que uno de los taimados ideologemas en que ha venido fraguando siglo tras siglo la retórica del Amo y que, puesto que nada hay de precultural en la cultura, el género, como cualquier otra cosa en realidad, no es más que un constructo. Sin embargo, nosotras introduciríamos aquí uno de esos condicionales contrafácticos que a veces nos ayudan a poner los pies en la tierra: si no hubiera mujeres, el constructo, el eterno femenino y toda esa miríada de semas que han venido colonizando palmo por palmo la existencia de las mujeres, no existiría. Existimos, por lo tanto, como rehenes de un constructo, en este caso de género, pero también como mujeres… No sabríamos decir en qué radica lo “femenino” al modo en que Platón se interrogaba y respondía por la “meseidad” en las bromas de los sofistas, pero no solemos equivocarnos cuando nos sentamos a la mesa y, para no enredar más allá de lo necesario, aceptamos, al menos en principio, haber nacido mujeres. No confundimos, pues, el noúmeno con el fenómeno.
En otros contextos hemos tenido la oportunidad de hablar de la feminidad, y de la masculinidad, y, en realidad, de cualquier cosa, como tropologías largamente sedimentadas por el uso de la fuerza, sea ésta patente o subliminal. Basta pensar en la larga y ominosa lista de dilemas categoriales que han diferenciado lo masculino de lo femenino siglo tras siglo. Razón e intuición, espíritu y carne, inteligencia y sensibilidad… por nombrar algunos, no son atributos consustanciales, sino isotopías que recorren de punta a cabo el régimen simbólico, de tal forma que, si no interponemos una actitud de legítima des-confianza, podrían pasar, sin serlo, por algo natural. No obstante, y una vez dicho esto, nos preguntamos: puesto que ser mujer no es más que ser objeto de una tropología largamente sedimentada, ¿debemos renunciar a tomar como objeto de estudio y como proyecto una genealogía de artistas mujeres? La respuesta es un “no” rotundo e, incluso un “por el contrario”. Por más que no sepamos a qué esencia apelar, si alguna hubiere, cuando sentimos la tentación de definirnos como mujeres, o como hombres, y por más que estamos del lado de quien intente dinamitar los diques y dejar que el mar del sentido bata a su antojo, hay algo que no podemos negar: cuando nos proponemos hablar acerca de las mujeres tenemos que ser conscientes de estar hablando de un sujeto histórico olvidado, silenciado, preterido, negado, excluido… Es decir, de nuestra propia historia.
Hablar de las mujeres como sujetos de una violencia histórica estructural nos otorga el derecho (moral y estético, que, al fin, son lo mismo) a proponer una re-acción que repare de algún modo las heridas. Como activistas, pues, que reivindicamos el derecho a producir una contrahistoria a escala como RE-ACTION, nos sentimos desde el principio completamente liberadas de la cuestión de por qué trabajar únicamente con mujeres porque, si bien éramos conscientes de que, igual que la mosca atrapada en la botella de Wittgenstein, no podemos escapar a nuestra condición simbólico-imaginaria, y por lo tanto a la tentación de liquidar de una vez por todas la antinomia hombre/mujer, tampoco podemos renunciar a la historia en que se fragua. No hay una feminidad trascendental. Hace más de un siglo que asistimos, golpe a golpe, a la venturosa liquidación de todas las trascendencias. Hay, sin embargo, una historia de las mujeres. Nuestro contracanon perfila una contrahistoria mínima y ese gesto de contrapeso nos reconforta y nos alienta.
Atenernos a nuestra historia, por tanto, nos otorga una razón de oro para defender la conquista de los espacios de los que hemos sido tenazmente excluidas. No sólo en el ámbito del arte sino en todos los ámbitos de representación, pensamiento, decisión y poder. Las genealogías masculinas han venido sucediéndose en una danza ininterrumpida, citándose y tejiendo redes y filiaciones hasta formar un tejido tan inextricablemente denso que cuesta trabajo enterrar la aguja, utensilio tan femenino y tan querido por muchas de nuestras compañeras de viaje, para estampar en él un nombre de mujer.
Nuestro deseo al abordar un proyecto como RE-ACTION es, por lo tanto, re-actuar la historia. Retroceder en el tiempo, de una forma evidentemente simbólica, y construir una historia a escala en la que somos las mujeres las depositarias del discurso que nos permite pensar, hablar y actuar. No se trata tanto de una revancha (puesto que sería absurdo querellarse contra la entera historia de nuestra cultura) como de un gesto de justicia poética que otorga a las mujeres la oportunidad de re-presentarse a sí mismas y de volver a tejer la bufanda de la cultura, pero en esta ocasión sin esperar el regreso de Ulyses.
Dicho esto, y aclarada la cuestión de por qué echar a andar una saga de mujeres artistas, y sólo de mujeres artistas, capaces de dibujar una contrahistoria necesaria, quedan por dirimir al menos dos cuestiones. La primera: ¿por qué partir de grandes iconos de la fotografía masculina? La respuesta es fácil: únicamente tomando como matrices textuales fotografías de hombres teníamos la oportunidad de sugerir que nuestra re-acción implicaba un borrado simbólico de los territorios masculinos y, en la misma medida, una forma de dar muerte psicoanalítica a los “padres” (a muchos de los cuales no cabe atribuir otra responsabilidad que la de ser hijos de su tiempo) y de neutralizar así los poderes del guardián. Y la segunda: ¿con qué criterio invitar a nuestro proyecto a determinadas artistas y no a determinadas otras? Y la respuesta es sencilla una vez más: la práctica artística de todas y cada una de ellas es de un rigor y una solvencia tales que sólo admite comparación con la valentía y la lucidez con la que han abordado, a través de su obra, el hecho de ser mujeres y de ser artistas en un mundo en el que la primera condición hace que la segunda presente una dificultad adicional.
Tenemos la convicción de que RE-ACTION ha llegado para quedarse y de que nos dará la oportunidad de contemplar el eterno movimiento de un proyecto que se ha convertido en una increíble máquina de generación de mensajes estéticos encadenados. Una máquina virtualmente infinita que nos permite rehabilitar la memoria de tantas mujeres muertas y de dar a las que hoy existen y a las que no han nacido aún un motivo para re-flexionar.
Gracias a todas las autoras que mezclan sus voces en un proyecto común que no sólo aspira a convertirse en un icono del arte de mujeres sino también, y acaso fundamentalmente, de la necesidad de revisitar la historia para no repetirla, del protagonismo que se cede y se comparte, de la escucha detenida, de la colaboración generosa, de la simetría, del diálogo y de la libertad.